¿Estamos
construyendo
el
país que necesitamos?
Guillermo Cortés Domínguez (*)
No es tan fácil definir qué país necesitamos, pero hay algunos
requisitos indispensables, por ejemplo, respeto a las leyes e institucionalidad
democrática, es decir, un sistema
legal que garantice el mío y el tuyo, y que funcionen los tribunales de
justicia y los jueces, independientemente de los colores partidarios o de cualquier
tipo, de modo que nadie, por muy poderoso que sea, tenga más derechos que otro.
La institucionalidad está directamente sostenida por una actuación con
apego a la ley, de parte de gobernantes y gobernados. Las instituciones
garantizan la justa aplicación de las normas jurídicas y actúan solo de acuerdo
a éstas, y no por fines personales o partidarios, pues ellas deben funcionar en
el interés de la nación, la sociedad y la gente.
Respeto a las leyes e institucionalidad, se juntan indisolublemente en
una sinergia extraordinaria, para garantizar el funcionamiento armónico de
todos los integrantes de la sociedad, sin excepción. Estamos hablando de un
pilar esencial, fundamental para construir un Estado, de una de sus bases
principales, indispensable e insustituible, crucial y decisiva, hasta tal punto,
que sin estos aspectos no es posible construir ningún país o nación.
En la Nicaragua seudo-revolucionaria y autoritaria de hoy,
constantemente se pisotean las leyes y las instituciones, y ambas son
utilizadas para molestar, afectar, sabotear, atacar, intimidar y reprimir a
desafectos al régimen político e incluso para inclinar tramposamente la balanza
en pingües negocios transados desde las sombras del poder.
Algunas personas en extrema pobreza, o solo pobreza, podrán argüir que
no les interesa el apego a la ley y el respeto a la institucionalidad, porque
su preocupación fundamental es poder comer un poco cada día, y tienen razón.
También podrán decir que el actual gobierno les ofrece algunos paliativos que
las hace sentir bien, incluso que las hace sentir tomadas en cuenta, que valen,
que pesan, que tienen un lugar en esta sociedad, contrario a recientes
regímenes neoliberales insensibles a su sufrimiento y dolor. Y de nuevo tienen
la razón.
Sin embargo, sin apego a la ley y sin respeto a la institucionalidad, no
es posible crear las condiciones adecuadas para que los niveles de inversión en
salud y educación sean congruentes con las altas necesidades de una masa
poblacional que urge mejorar sustancialmente en ambos sentidos, no solo obtener
paliativos, como ahora, para convertirse en una fuerza de trabajo altamente
productiva y muy bien remunerada, sin la cual no es posible elevar el
crecimiento económico al menos hasta un siete por ciento anual constante para
salir de la pobreza, pues a como vamos, trágicamente solo damos vueltas en
círculos, reproduciendo el mismo modelo sin educación, sin productividad, y sin
crecimiento económico sostenible al ritmo requerido.
Y ya con esto hemos empalmado el apego a la legalidad y a la
institucionalidad, con un cambio fundamental en los niveles de salud y
educación, indispensables para el aumento de la productividad del trabajo, un
tercer elemento crucial para el desarrollo de un país. Más del sesenta por
ciento de los empleos en Nicaragua son informales y de bajísima productividad,
ideales para no movernos más que en círculos, aunque cada año aumente la
producción y las exportaciones, también las remesas, pero de manera
insuficiente y parasitaria.
Según el discurso oficial, estamos “bendecidos, prosperados y en
victoria”, pero lamentablemente seguimos en las profundidades del
subdesarrollo, inundados de magia, esoterismo, misticismo, religión y
astrología, de eternos árboles de Navidad y de engañosas muchas luces
multicolores, otra vez sin dar en el blanco, porque el autoritarismo y el
populismo no conducen hacia el desarrollo.
(*) Docente, Escritor y Periodista.
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