LA UTOPÍA DE LA DICTADURA
DEL PROLETARIADO
Guillermo Cortés Domínguez (*)
Una inquieta joven demandó con energía una autocrítica pública de los adultos. No fui protagonista relevante, ni nada parecido, de la Revolución Popular Sandinista, pero considerando que los jóvenes son quienes cambiarán Nicaragua, quisiera decir algo al respecto a los interesados, desde mi rol de entonces como periodista durante once años del diario Barricada, órgano oficial del FSLN.
En los años setenta tuve vínculos no orgánicos con los Comité de Lucha de Estudiantes Universitarios (CLEU), el Frente Obrero (FO) y el Movimiento de Acción Popular Marxista Leninista (MAP-ML), lo cual me proporcionó ideas y valores alrededor de derrocar el sistema político imperante, establecer una dictadura del proletariado en alianza con el campesinado y eliminar la propiedad privada y a la burguesía mediante la total confiscación de sus medios de producción. Estas eran mis banderas, creía en un solo partido, una sola central sindical, una sola organización de jóvenes, es decir, nada fuera del aparato en el poder.
Desde esa perspectiva, no existía el concepto de libertad ni de democracia, solo el centralismo democrático, que conllevaba aceptar las decisiones mayoritarias, y apoyarlas, no obstante se estuviera en desacuerdo. En cuanto a elecciones libres y alternancia en el poder, estaban fuera de juego, el poder revolucionario no podía discutirse, y menos disputarse, ¿con quién?, si solo una clase debía ejercerlo. Pero asumía estas ideas de una manera mecánica, pues nunca me pregunté si se ajustaban a las condiciones de Nicaragua. Por ejemplo, dictadura del proletariado, ¿con qué obreros?, no estaba en mis interrogantes, pese a que, era obvio, no teníamos una clase obrera desarrollada, ni mucho menos. El MAP osciló entre el marxismo-leninismo, el maoísmo y el trotskismo, fue admirador de Enver Hoxa, en Albania. Nada me inquietó, excepto unos reportajes de propaganda a los terribles Khemer Rojos, del genocida Pol Pot, en Kampuchea, publicados por entregas en 1979 en el diario El Pueblo.

Me parecía natural que se impidiera a la oposición salir a las calles y por tanto aprobaba, por ejemplo, la gran operación con fuerzas de choque contra “Nandaime Va”, o las capturas de opositores como Agustín Jarquín, incluyendo vejaciones como la sufrida por el sacerdote Bismarck Carballo, quien fue sacado desnudo a la calle tras fornicar, o intentarlo, con una bella y seductora agente del Frente, aunque no supe, sino hasta años después, y de boca de uno de los protagonistas principales, que todo había sido una artimaña. ¡Y qué ironía de la vida! La operación estaba dirigida contra el actual aliado estratégico de la pareja Ortega-Murillo, el entonces Arzobispo Miguel Obando y Bravo, pero como éste no cedió a las deliciosísimas tentaciones de la carne, la todopoderosa Seguridad del Estado muy a su pesar tuvo que cambiar de objetivo.

Me dolió hasta el alma la derrota del Frente en 1990. Creía que casi todo se hacía bien. Luego me satisfizo que hubiera un aparato electoral para dirimir las diferencias y evitar la guerra, al igual que la alternancia en el gobierno, el cambio de mando en el Ejército y la Policía, sin traumas. Más tarde, me impresionó saber que el CENIDH defendía los derechos humanos de unos y de otros, sin importar su condición política.

Fue como corresponsal de guerra que, con el paso de los años, muy lentamente fui dándome cuenta que los “guardias somocistas” –que al comienzo eran mayoría—fueron desplazados, y a quienes llamábamos “perros” y “mercenarios” en realidad eran campesinos frustrados y molestos con la Revolución (Ver “Una tragedia campesina”, de Alejandro Bendaña), adolescentes, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, se incorporaron en masa a la guerra y formaron un verdadero ejército, financiado por el gobierno de Estados Unidos y dirigido por la CIA. Escribí un minucioso reportaje sobre cómo se reproducían los combatientes campesinos, que por supuesto nunca fue publicado. ¿Cómo se formaron y crecieron los Comandos Regionales Jorge Salazar (los Salazares)? era el centro de la historia. Este material quedó en el Ejército.
Luego incluí en las causas de la guerra el distanciamiento del FSLN del programa de gobierno de reconstrucción nacional consensuado, y la ayuda militar al FMLN –internacionalismo proletario, lo justifiqué en su momento--; y después consideré “la piñata” (difícil de creer, pero publiqué en Barricada un artículo al respecto) como una bomba que estalló en el corazón del Frente y lo liquidó para siempre como organización revolucionaria, y de su seno surgió una nueva clase oligárquica. Su dirección se corrompió y quedó anclada en los años ochenta e involucionando hacia lo mágico-religioso-esotérico y la profundización del autoritarismo.

El genocidio cometido por Stalin apareció en toda su magnitud. La bancarrota del llamado socialismo de castas burocráticas corruptas que suplantaron a los obreros y campesinos, y la derrota electoral del FSLN en 1990, dieron paso a un proceso lento y doloroso de reflexión, a ordenar ideas y asumir conceptos como libertades para todos (de expresión, organización, movilización), respeto a la ley, a la diversidad, tolerancia, gobernabilidad, elecciones libres, institucionalidad. La Convención Universal de los Derechos Humanos pasó a ser un referente estratégico. ¿Qué pasó? Las ideas socialistas han sido enriquecidas con la libertad y la democracia. La práctica derrotó las tesis totalitarias. Lula demostró su validez en Brasil; y el ex guerrillero tupamaro José Mujica, lo hace hoy en Uruguay.
(*) Editor de la Revista Medios y Mensajes.
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