jueves, 29 de septiembre de 2011



BALA EN BOCA
Justiniano Pérez


INTRODUCCIÓN

En el 2005 me di a la tarea de exponer las interioridades de la extinta Guardia Nacional de Nicaragua con profundo sentido de autocrítica y advertencia por igual, para que los errores del pasado, nuestros errores, puedan servir de referencia en el comportamiento y la evolución de una actualizada institución militar tan necesaria como garante del progreso y la democracia en nuestro país. A partir de entonces y después de siete publicaciones sobre el tema, he sentido la necesidad y la pasión por indagar y seguir exponiendo los trozos inéditos y poco relatados de esa desaparecida institución cuya secuela es y será por mucho tiempo, material de análisis para las últimas generaciones de nuestro tiempo.

La simbiosis de la desaparecida institución con la dictadura somocista determinó desde un comienzo, un torcido destino y un pronto desvanecimiento; no obstante, siempre será válido el planteamiento hipotético de una institución independiente que hubiera en un sentido amplio, alterado el destino de nuestro país a  como es conocido hoy en día. Si la historia es un eterno recomenzar, sus ciclos se repetirán en lapsos prolongados de tiempo sin evidente continuidad o secuencia generacional. En Nicaragua sin embargo, el espacio tiempo parece no curvarse y la continuidad de procedimientos y conductas políticas viciadas, se proyectan en horizontalidad increíble de generación a generación y de gobierno a gobierno, apenas con nombres o ideologías diferentes.

 Hemos comenzado a ver la repetición solapada de los males que se pretendía eliminar: continuidad en vez de alternabilidad, partido en vez de nación, negocio particular en vez de bienestar general, represión en vez de competencia, dictadura en vez de democracia y tiranía en vez de cordura política.

Para políticos, militares, analistas de información y ciudadanía en general, la desaparición de la Guardia Nacional como institución debió haber sido un desenlace de oportunidades incalculables y es significativo que en tan corto tiempo, se desestime el valor implícito de tal enseñanza. Nuevamente hay una Policía que vuelve a sobrevivir a base del “mangueo” en oferta y demanda. Una Policía que protege al ciudadano a discreción y no oculta su favoritismo e inclinación política. También nuevamente un Ejército que ha comenzado a ceder terreno apolítico. Un Ejército que se vuelve cotidianamente más hermético en sus finanzas privadas y más abierto a los antiguos orígenes partidistas que a los tradicionales retos de defensa y preservación territorial.

En el ambiente latinoamericano,  son las fuerzas armadas el verdadero fiel de la balanza para la estabilidad democrática y el progreso  general; de ahí que se espere lo mejor en tiempo de paz y de crisis, de estas instituciones. No hay alternativa posible ante políticos mercantilistas y voraces, ante una masa desesperada que consume su tiempo de vida añorando bienestar y bonanza.

En tal sentido siempre será de beneficio general sacar a luz pasajes inéditos de la desaparecida institución que sigan alumbrando el camino de lo aceptable y rechazable en situaciones que eventualmente tendrán que repetirse pero que en nuestro país tienden a perpetuarse. Los abusos autoritarios, los desvíos democráticos, los manejos corruptos y la pasión desmedida de poder,  necesitan sustentación real; el dinero a montones facilita el proceso pero la clave para un gobierno prolongado al margen de la legalidad, sólo puede ser posible con el apoyo de las fuerzas armadas jugando el papel de cómplices o el de indiferentes.

 Por cuarenta y seis años consecutivos, esa fue la misión oculta de la Guardia Nacional de Nicaragua: sustentar a una dictadura y gozar de las prebendas diseñadas a propósito, para asegurar fidelidad monolítica alrededor de la verdadera intención de retener  el poder. También por ese mismo lapso de tiempo, esa fue la función abierta del Partido Liberal Nacionalista; así nació la aplanadora somocista controlando ejército, policía, Congreso Nacional y sistema judicial.

Habiendo transitado como testigo y actor participante en ese proceso, y ahora sobreviviente y observador del nuevo,  no me es difícil palpar la diferencia porque realmente no hay mucha, el camino luce asombrosamente similar. Hay recepción desmedida de ofertas halagadoras en todos los niveles de la política local, regional y nacional; hay abundancia de recursos destinados a comprar voluntades; hay abundancia de voluntarios en la Asamblea y los otros poderes del estado para hacer del Estado un cómodo “modus vivendi” y hay una masa amaestrada o coaccionada para manifestar “apoyo popular.” La mesa parece servida y la historia se contará más tarde, por ahora el ego gobierna y la necesidad impera.

Las críticas y observaciones incluidas en este libro abarcan tópicos conocidos y ampliamente divulgados de la conducta política y los propósitos encubiertos de importantes  servidores públicos que han transformado la política nacional en negocio privado, alterando el orden, la legalidad y el avance democrático de la nación. No hay nada personal en este enfoque salvo la firme intención de hablar en voz alta como lo hace cualquier ciudadano decepcionado por el nuevo rumbo del país; movido también por la preocupación de un progreso estancado; y alertado por la percepción de una nueva causa para nuestro calvario político encarnada por lo general, en los funcionarios públicos que viven del Estado y poco contribuyen al anhelo general de libertad, democracia y respeto a las leyes del país.

Casi siempre los zancudos,  los políticos “bisneros” y los vividores del Estado, son tan culpables de la miseria permanente del país como los mismos gobernantes. La corrupción política es temporal o esporádica en gobiernos civilizados del mundo entero. En Nicaragua es sistemática y vital, es medio seguro de sobrevivencia y carencia de dignidad. El Estado es el botín y la curul el medio. La intención de servicio público es irrelevante; es más importante en la conciencia del diputado, juez o magistrado, la cantidad acordada y el compromiso adquirido, que el bienestar general y la recta conducta. No hay partido o agrupación política en Nicaragua, que esté exenta de esta tentación que al concretarse, se convierte en el pecado mortal de la política nacional.

Es ilustrativo palpar cotidianamente la identidad perdida de los politiqueros que van de partido en  partido, calculadora en mano, valorando las posibilidades; el degrado sistemático de los antiguos contras y el mercantilismo de los grupos cristianos que con justa razón, el humor nicaragüense ha rebautizado como grupos mundanos. Al acercarse el proceso electoral, la oposición genera cincuenta mil excusas para no unirse mientras se negocian nuevas curules. No existen en Nicaragua partidos serios de oposición, sólo hay mini partidos para asegurar sueldos y prebendas. Los debates internos de partidos  tempranamente definen las cuotas de poder, en vez de las plataformas políticas para el bien común; mientras tanto, el partido gobernante con abundancia de recursos, compra voluntades y ejercita con efectividad el chantaje y el soborno a discreción. En la llanura como siempre, un pueblo carente de cultura política vive en el eterno limbo, esperando sin cesar, honestidad y buena fe de sus representantes y dirigentes de turno.

Será un reto generacional romper este esquema viciado. La represión siempre trae reacción igual y en sentido contrario;  la parte trascendente del ser humano busca las alturas y valora el sacrificio casi sacramental que poco a poco lo va convirtiendo en santo. Nada puede darse por perdido en Nicaragua salvo la vergüenza de representantes y dirigentes por igual. Eventualmente tendrá que imponerse la voluntad de un pueblo purificado por el abuso y la tragedia de tener sólo líderes obcecados con el poder y sus bonanzas. Políticos sólo interesados en vivir a costillas del Estado y al margen de la historia. Politiqueros que van  pistola al cinto y bala en boca, apuntando a todo hueso que llene sus bolsillos para sobrevivir por continuos períodos de gobierno sin tener que trabajar con el sudor en la frente y con la frente en alto.

Bajar la cabeza, estirar la mano y abultar los bolsillos siguen siendo los  auténticos motivos para mover la intención camuflada de los personajes de la política en cada período electoral. Asegurar cinco años más de sobrevivencia es lo que realmente importa, la politiquería mercantil es el medio que justifica el fin que de paso convierte en permanente, la miseria de un pueblo entero.

Nicaragua es un país que camina por lo general al margen de la historia mientras los servidores públicos siguen apertrechados en la bonanza, por lo general  con altanera actitud, pistola en mano o pistola al cinto, pero siempre con el arma  bala en boca. Toda esa actitud tan generalizada, es el freno del desarrollo armónico de la nación. Pero así es la vida en Nicaragua, muy a menudo tenemos que reconocer que aunque son los caballos los que hacen el trabajo, es el cochero el que recibe el pago y además, se lleva la propina.

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