La
oposición y sus males
Fernando Bárcenas (*)
¿La oposición debe
superar los liderazgos personalistas? Hay un error de lógica en este enfoque
que supone lo que no debe hacer la oposición, para no perturbar su éxito
político. Como los caballos de rejoneo, algunos analistas se ponen anteojeras
para creer que el problema de la oposición radique en su fragmentación, por
ambiciones personales o por proyectos ideológicos distintos, o por razones
mezquinas… pero, ¡legítimas! ¡Qué tiene que ver la legitimidad, en un análisis
que compete a la correlación de fuerzas en política!
El análisis de la situación
política no debe, no puede centrarse en la oposición, como si se tratara de un
ente con vida propia independiente que, alguien supone, se ve aquejado por un
malestar que se debería medicar, como una gripa, en función de cuanto afecte a
su organismo.
Esta visión parcial,
que se circunscribe a un aparato burocrático por antonomasia, revela el vacío
ideológico de quienes se vuelven, improvisadamente, analistas políticos.
No hay oposición en
abstracto, como una alternativa comercial, que requiere una estrategia
publicitaria de venta. Todo análisis serio parte de caracterizar la situación
política del país, determinada por factores objetivos y subjetivos
interrelacionados entre sí, que definen una tendencia probable de
comportamiento social, ya que son los sectores sociales, y no los partidos
políticos (por su cuenta), quienes hacen la historia.
Nicaragua, cuyas
exportaciones crecen al 4 % (en volumen, aunque en términos reales –dados los
buenos precios de las materias primas-
es del 6 %), ve que sus importaciones lo hacen a 9.5 %, con lo cual se
expande el déficit comercial. A la par, enfrenta una compleja restructuración
objetiva de su modelo de producción, más allá de la voluntad subjetiva de
quienes detentan el poder. Evidentemente, en economía no hay almuerzo gratis, y
alguien debe pagar los costos de la restructuración ineludible. Por ello, las
medidas urgentes para rescatar el modelo, van dirigidas a salvaguardar –en
primera instancia- los intereses de quienes gobiernan.
La necesidad de
reducir el déficit fiscal lleva a reducir el gasto público presupuestario
(pero, sin afectar los privilegios de la creciente burocracia estatal); y a
incrementar los ingresos tributarios (pero, sin cargar con mayores impuestos a
los sectores enriquecidos, que progresan como aliados del poder, con exenciones
y evasiones intocables). Este sesgo económico de las transformaciones, que
elude maltratar privilegios, determina una polarización social, un conflicto
latente, dispuesto a despertar activamente como las tensiones que se acumulan
por años en las capas internas de la tierra, que se liberan abruptamente en
forma de vibraciones sísmicas, según la teoría elástica del rebote.
Sanear las finanzas
del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, cuyas arcas han sido salteadas
por miembros del aparato estatal, lleva a reducir gastos en la seguridad,
eliminando servicios de salud pública, ya sea extendiendo la edad de jubilación
más allá del tiempo que las empresas consideran –por registros estadísticos-
que la productividad de los empleados comienza a decaer; ya sea porque
incremente el número de cotizaciones necesarias para optar al derecho a la
jubilación, a fin de privilegiar la partida de ingresos en el balance contable
de la institución: con un elevado costo social, que no se incluye, obviamente,
en las variaciones dinámicas de las cuentas que se consideran en el registro de
la estructura del balance general del ejercicio empresarial.
A esta tensión
acumulada, debemos agregar la caída del salario real de los trabajadores,
claramente sostenido a partir del 2009 (sobre todo, en el sector agrícola,
comercio, minas, industria, electricidad). Y la inflación, especialmente
significativa respecto al conjunto de bienes, en los alimentos.
Ahora hay un elemento
nuevo, que es el talón de Aquiles de nuestra realidad económica. La dependencia
de nuestra economía a la relación comercial preferencial con Venezuela. Tanto
porque ahora Venezuela representa el 14.16 % del destino de nuestras
exportaciones (convirtiéndose en nuestro segundo mercado, con alrededor de 420
millones de dólares, especialmente, en carne, café, azúcar, leche frijol), como
por el valor creciente de nuestras importaciones, en las cuales se mantiene
alto el valor de petróleo, combustibles y lubricantes (1,200 millones de
dólares por 11.6 millones de barriles), aunque este año dicho valor ha caído
160 millones de dólares respecto al año pasado; y más aún, por el alto valor de
su cooperación en condiciones excepcionalmente blandas, de 564 millones de
dólares anuales, manejados a discreción por la familia gobernante.
Un cambio político en
Venezuela, que afecte nuestras relaciones comerciales –sustentadas en vínculos
personales, más que en acuerdos estatales- sería como el aleteo de una mariposa
que desencadena en el horizonte de nuestra realidad económica dependiente, una
tormenta. El valor de oportunidad de 2.5 mil millones de dólares recibidos de
Venezuela, en condiciones blandas, no han sido utilizados para fortalecer
nuestra independencia económica y energética.
La oposición
tradicional viene apreciada como un elemento decorativo del absolutismo, que
recita con aplicación un humilde libreto en el escenario ideológico del poder
unipersonal.
La tragedia es que el
país se encamina a explosiones sociales anárquicas, sin una dirección que le dé
coherencia estratégica a un modelo alternativo de poder. La tarea, frente a una
crisis en las condiciones de vida y de trabajo de la población, no es
preguntarse por la estrategia que le daría éxito a la oposición tradicional,
sino, darle unidad, organización y dirección a las luchas espontáneas de las
masas contra un régimen político que –con medidas absolutistas- descarga sobre
sus espaldas el costo de las crisis en ciernes.
(*) Ingeniero eléctrico
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