martes, 8 de enero de 2013






La oposición y sus males


Fernando Bárcenas (*)

¿La oposición debe superar los liderazgos personalistas? Hay un error de lógica en este enfoque que supone lo que no debe hacer la oposición, para no perturbar su éxito político. Como los caballos de rejoneo, algunos analistas se ponen anteojeras para creer que el problema de la oposición radique en su fragmentación, por ambiciones personales o por proyectos ideológicos distintos, o por razones mezquinas… pero, ¡legítimas! ¡Qué tiene que ver la legitimidad, en un análisis que compete a la correlación de fuerzas en política!

El análisis de la situación política no debe, no puede centrarse en la oposición, como si se tratara de un ente con vida propia independiente que, alguien supone, se ve aquejado por un malestar que se debería medicar, como una gripa, en función de cuanto afecte a su organismo.

Esta visión parcial, que se circunscribe a un aparato burocrático por antonomasia, revela el vacío ideológico de quienes se vuelven, improvisadamente, analistas políticos.
No hay oposición en abstracto, como una alternativa comercial, que requiere una estrategia publicitaria de venta. Todo análisis serio parte de caracterizar la situación política del país, determinada por factores objetivos y subjetivos interrelacionados entre sí, que definen una tendencia probable de comportamiento social, ya que son los sectores sociales, y no los partidos políticos (por su cuenta), quienes hacen la historia.

Nicaragua, cuyas exportaciones crecen al 4 % (en volumen, aunque en términos reales –dados los buenos precios de las materias primas-  es del 6 %), ve que sus importaciones lo hacen a 9.5 %, con lo cual se expande el déficit comercial. A la par, enfrenta una compleja restructuración objetiva de su modelo de producción, más allá de la voluntad subjetiva de quienes detentan el poder. Evidentemente, en economía no hay almuerzo gratis, y alguien debe pagar los costos de la restructuración ineludible. Por ello, las medidas urgentes para rescatar el modelo, van dirigidas a salvaguardar –en primera instancia- los intereses de quienes gobiernan.

La necesidad de reducir el déficit fiscal lleva a reducir el gasto público presupuestario (pero, sin afectar los privilegios de la creciente burocracia estatal); y a incrementar los ingresos tributarios (pero, sin cargar con mayores impuestos a los sectores enriquecidos, que progresan como aliados del poder, con exenciones y evasiones intocables). Este sesgo económico de las transformaciones, que elude maltratar privilegios, determina una polarización social, un conflicto latente, dispuesto a despertar activamente como las tensiones que se acumulan por años en las capas internas de la tierra, que se liberan abruptamente en forma de vibraciones sísmicas, según la teoría elástica del rebote.

Sanear las finanzas del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, cuyas arcas han sido salteadas por miembros del aparato estatal, lleva a reducir gastos en la seguridad, eliminando servicios de saludblica, ya sea extendiendo la edad de jubilación más allá del tiempo que las empresas consideran –por registros estadísticos- que la productividad de los empleados comienza a decaer; ya sea porque incremente el número de cotizaciones necesarias para optar al derecho a la jubilación, a fin de privilegiar la partida de ingresos en el balance contable de la institución: con un elevado costo social, que no se incluye, obviamente, en las variaciones dinámicas de las cuentas que se consideran en el registro de la estructura del balance general del ejercicio empresarial.

A esta tensión acumulada, debemos agregar la caída del salario real de los trabajadores, claramente sostenido a partir del 2009 (sobre todo, en el sector agrícola, comercio, minas, industria, electricidad). Y la inflación, especialmente significativa respecto al conjunto de bienes, en los alimentos.

Ahora hay un elemento nuevo, que es el talón de Aquiles de nuestra realidad económica. La dependencia de nuestra economía a la relación comercial preferencial con Venezuela. Tanto porque ahora Venezuela representa el 14.16 % del destino de nuestras exportaciones (convirtiéndose en nuestro segundo mercado, con alrededor de 420 millones de dólares, especialmente, en carne, café, azúcar, leche frijol), como por el valor creciente de nuestras importaciones, en las cuales se mantiene alto el valor de petróleo, combustibles y lubricantes (1,200 millones de dólares por 11.6 millones de barriles), aunque este año dicho valor ha caído 160 millones de dólares respecto al año pasado; y más aún, por el alto valor de su cooperación en condiciones excepcionalmente blandas, de 564 millones de dólares anuales, manejados a discreción por la familia gobernante.

Un cambio político en Venezuela, que afecte nuestras relaciones comerciales –sustentadas en vínculos personales, más que en acuerdos estatales- sería como el aleteo de una mariposa que desencadena en el horizonte de nuestra realidad económica dependiente, una tormenta. El valor de oportunidad de 2.5 mil millones de dólares recibidos de Venezuela, en condiciones blandas, no han sido utilizados para fortalecer nuestra independencia económica y energética.

La oposición tradicional viene apreciada como un elemento decorativo del absolutismo, que recita con aplicación un humilde libreto en el escenario ideológico del poder unipersonal.

La tragedia es que el país se encamina a explosiones sociales anárquicas, sin una dirección que le dé coherencia estratégica a un modelo alternativo de poder. La tarea, frente a una crisis en las condiciones de vida y de trabajo de la población, no es preguntarse por la estrategia que le daría éxito a la oposición tradicional, sino, darle unidad, organización y dirección a las luchas espontáneas de las masas contra un régimen político que –con medidas absolutistas- descarga sobre sus espaldas el costo de las crisis en ciernes.

(*) Ingeniero eléctrico

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