jueves, 29 de septiembre de 2011



SECCIÓN DE NUEVOS LIBROS PUBLICADOS


Prólogo
NOEL VARGAS: LA ANÉCDOTA COMO GÉNERO



Dones para ser un excelente anecdotista tiene Noel Vargas Robleto, de los cuales destaco dos: Su vocación de genealogista –no olvidemos que es miembro y ha sido Secretario General de la Academia Nicaragüense de Ciencias Genealógicas- y su innata predisposición a ser un espíritu libre y abierto. Nada de mojigaterías a la hora de la verdad, y la verdad, como sabemos, nos hace libres. Y es más, libertad y verdad son elementos consustanciales de la escritura. El primero de estos dones lo induce a la investigación, la que en el campo de lo anecdotario es recrear la vida misma. Volver a disfrutarla en sus más nimios detalles, compartirlos y transformar a los lectores en cómplices  de esta recreación. Porque la anécdota es una apología y una necesaria reivindicación de la curiosidad. Pero ésta curiosidad exige rigor y entrega, memoria y constancia y hasta memoria de otros que vivieron la anécdota, y que en ocasiones tienen que ser consultados para confirmar la veracidad y el tiempo de lo que habiendo ocurrido, se desea narrar. Y narrar es navegar, en este caso en el mar de la memoria, y en esa navegación se puede encallar en recuerdos incompletos y preguntas sin respuesta. Ulises otra vez es el escritor, buscando la respuesta que le vuelva a dar forma a sus añoranzas. Pero hay un placer infinito en la búsqueda, por ejemplo, de nuestro origen como especie. El placer de ser seducido por el misterio de una respuesta que puede estar tanto en la copa como en la raíz de “el árbol de la vida”.

El título de éste libro, “El origen de ciertas especies”, corrobora lo que afirmo y hace de Noel, gracias a la teoría de la evolución, no un “paisano” pero sí un pariente “inevitable” de Erasmus Vargas Robleto, abuelo de Charles Robert Darwin, autor de la primera y revolucionaria versión del origen de las especies: la lucha por sobrevivir que el destino nos depara. Y aunque quizás seamos desde ahora una especie incipiente, el hecho palpable es que somos una cierta especie de individuos a quienes, no cabe duda, las anécdotas ayudan a sobrevivir. Y tampoco hay duda que el autor mismo pertenece a las “ciertas especies”, para quien el inexorable final biológico de todos, no es impedimento para estudiar su origen y evolución. Interesa, como es justo, más lo incipiente que lo decadente. En literatura y en genética es igual. En genealogía y anécdota no hay polos opuestos. Lo importante es que la lucha por sobrevivir que nos plantea Darwin, sea como navegar en aguas calmas, que es lo que nos plantea Noel. Ese mar de la tranquilidad que queda en alguno de los hemisferios del cerebro. La parte grata de la memoria que nos salva, y que nos hace aceptar que recordar lo bueno, es tan necesario como vivir.

Este es el descubrimiento que Noel comparte con nosotros. La certeza de la existencia y evolución de “ciertas especies” ya que la vida, como anécdota primordial o anécdota-origen, es al fin y al cabo un conjunto de anécdotas. No dudo que, en otro sentido, “ciertas especies” sirven de aderezo al trabajo del autor. Secretos de su cocina o laboratorio. Pero aquí lo que sucede es un eslabonamiento vital. Aquí es cuando, como un eslabón recuperado, se enlaza el segundo con el primero de los dones de los que hablamos al principio, y ese segundo don no es otro que el de pensar libremente, lo que en este caso equivale a recordar con gula y escribir con avidez de curioso. La misma curiosidad de Adán y Eva que los condujo hacia “el árbol de la ciencia del bien y del mal”, para probar de aquel delicioso e inevitable fruto prohibido que con lujuria intemporal seguimos probando y probando, y como consecuencia procreando y procreando ciertas especies cuyo origen está en aquel fruto. “¿Quién que es no es romántico?” ¿A quién que es no le fascina lo prohibido?

Higo, manzana, mamey, mandarina, melocotón, mango, durazno o lo que sea, aquel orgasmo debió estremecer el Paraíso. Cohabitar, aparearse o emparejarse es ciencia del bien. Separarse, odiarse para matar a la hermana humanidad como hizo Caín con Abel, es ciencia del mal. Pero en este momento lo importante es ese “árbol de la ciencia del bien y del mal”. El árbol de la evolución. El árbol a cuyo pie surge la anécdota de la serpiente tentando a Eva. ¿La primera anécdota? Especularé que desde ahí parten todas las buenas anécdotas que en el mundo se han dado. Orales y escritas, pero no olvidemos que “las palabras vuelan y los escritos quedan”. Esta locución latina se la habrán enseñado los sacerdotes escolapios a Noel, tumbándolo de la silla de un inesperado tortazo cuando con nostalgia, en aquel pupitre del Colegio Calasanz, soñaba con su Comalapa natal, con la Posa de la Virgen, con "La “Joya” que me hubiera correspondido, con el Cerro de las Cruces y con los Testamentos de Judas de inolvidables semanas santas. Benditos tortazos –pues fueron dos- ya que también recibió el que le correspondía a su hermano Julio, quien también ensimismado, en otro pupitre fuera del alcance de la inquisición por alejado, añoraba la jauría de sus contemporáneos. Benditos tortazos porque con efecto retardado, como suele suceder, lo despertaron a crear este mundo de anécdotas. Hoy vemos que gracias a ellas existe la resurrección y que en su interior se reúnen vivos y muertos. Porque la anécdota concilia este mundo y el otro, y permite la tertulia de la inmortalidad. Porque eso tienen las anécdotas como “árbol de la vida” que son en su conjunto.

El escribir estas líneas me ha conducido a preguntarme por la anécdota como género. La palabra proviene del griego “anékdota”. Se la define como “relación breve de algún suceso particular. Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento. Suceso curioso y poco conocido que se encuentra en dicho relato”. La lectura de “El origen de ciertas especies” me confirma lo anterior, y me enseña otras. Si bien el suceso contado ha de ser curioso, encuentro en este adjetivo, como si fueran sinónimos y como requisitos adicionales para la anécdota,  la amenidad, la placidez y el humor. Este es el atractivo que no todo escritor puede inculcar en su anecdotario, que lo es este libro: Un evocador y cautivador anecdotario.  Como su clave al ser escrito es el haber sido elaborado sin pretensión, ella me dirige a seguir preguntándome: ¿Es la anécdota un género literario? Yo creo ya haber respondido en el transcurso de este prólogo, con sí categórico. Como una mini novela tiene argumento, nudo y desenlace, en el contexto de un “contar casero”, de sabias, apacibles y espirituosas pláticas en algún amplio corredor de Comalapa.

La anécdota es un menú de vivencias compartidas, y si hablé de “contar casero”, es porque ese banquete no se sirve “a la carta”, sino que son comidas familiares elaboradas en base a recetas caseras, cucharas insignemente tradicionales como la de “La Anciana”, platos populares, deliciosas bocas que hablan por sí mismas y nos cuentan detalles de sus vidas. Bocas que son alimento y palabra. La tertulia de la inmortalidad a la que ya nos referimos. Pero por si fuera poco, durante estas comidas populares y cotidianas, también podemos encontrar una suerte de moraleja, y la anécdota se nos vuelve fábula, y si también encontramos alusiones a determinadas situaciones históricas, la anécdota, pese a su tamaño, deriva en crónica.

Milagros de poca extensión: sucesos curiosos. Por supuesto que es la anécdota un género literario. Ahora me pregunto: ¿Es un género menor? A lo que me permitiría recordar la frase: “Lo breve, por breve, dos veces bueno”. Midamos por lo tanto este género literario por su calidad y brevedad. Concluiría entonces que no es un género menor, sino más humilde que otros. Es una “relación” curiosa en el contexto de la humildad. Una artística miniatura y por sencilla, más difícil de lograr como Noel lo ha hecho. La palabra que por voluntad propia y de su hacedor, toma votos de pobreza, y cuya riqueza consiste en atraer y expresar con poco, todo lo que tiene que decirse. Otra puerta –pero puerta al fin y al cabo- para entrar al Paraíso de los Recuerdos.


Luis Rocha
“Extremadura”, Masatepe, 8 de marzo de 2011.

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