Días de fiesta del periodismo con WikiLeaks
Guillermo Cortés Domínguez (*)
WikiLeaks
nos está dando unos inesperados y refrescantes días de fiesta al
periodismo. ¿Acaso la mayor grandeza de nuestra profesión no está en
develar lo oculto, lo que otros quieren que no se publique, que
generalmente son las intimidades de los poderosos que afectan a los más
vulnerables? Es cierto, el periodismo tiene sus límites, pero en nombre
de las restricciones naturales que tiene la libertad de expresión, no
es aceptable pretender acallar la voz de Julián Assange, quien ha
puesto en ropa interior ante el mundo a la diplomacia estadounidense e
internacional.
Es
secreta la información que con singular esmero recolectan las embajadas
norteamericanas en todo el planeta y que envían a diario al
Departamento de Estado, igual que lo hacen principalmente todos los
países poderosos. Todos están en el mismo juego de obtener antes que
otros información sensible que puede ser utilizada para prever
situaciones, formular políticas, combatir gobiernos, fomentar los
negocios de las grandes corporaciones mundiales, etcétera, en resumen,
para amenazar, disuadir, prever, advertir, premiar, inducir, castigar,
provocar, organizar, planificar, y más.
Generalmente
la búsqueda y obtención de información de parte de esta misteriosa
comunidad de inteligencia, es a espaldas de los gobiernos y pueblos
donde operan estos avispados diplomáticos revestidos de inmunidad. Y
todo el mundo lo sabe, de modo que se ha convertido en un juego no sólo
de habilidades y destrezas, también de reclutamientos mediante diversos
procedimientos, entre ellos el halago, y no pocas veces también el
chantaje y la amenaza. Así, las embajadas van creando su red de
informantes o agentes en cada país, generalmente bien pagados.
Todos lo hacen y todos lo saben, todos están enfrascados en una clandestina, furiosa, desleal, anti ética y peligrosa competencia para conseguir más rápidamente la información más valiosa. El juego consiste en utilizar los cauces legales, en encubrir los procedimientos no siempre conforme a la ley, y en evitar ser descubiertos, para lo cual los servicios de inteligencia han desarrollado métodos y tecnologías de ciencia ficción.
¿Cómo no ver incluso con admiración que a estos maestros de la búsqueda especializada de información delicada y ultra sensible, les estén birlando en sus propias narices estos materiales, muchos de ellos clasificados como secretos? ¿Cómo no aceptar como una victoria de la inteligencia que les roben a los ladrones? Les están dando de su propia medicina. ¡Y todavía se quejan!
Y si hubiera alguna duda, la balanza se inclina a Wekyleaks porque está dando a conocer esa información, la está haciendo del dominio público, lo cual contribuye a que la gente esté informada y con ello, a formarse criterios y a tomar decisiones. Algunos se escandalizan con los reportes de los diplomáticos estadounidenses. ¿Acaso es diferente el lenguaje, el tratamiento, los comentarios, las valoraciones, en los informes de los diplomáticos de Rusia, de China, de Inglaterra, Alemania y Francia? Se rasgan las vestiduras cuando todos están en el mismo juego. ¿Vieron al jeque saudita comparar humanos con caballos? Hasta Putin se quejó de lenguaje duro e irrespetuoso. Como si no fuera así en esas grandes ligas de la política internacional.
Cinco diarios de influencia mundial, The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País, hicieron acuerdos con WikiLeaks para tener de primera mano los famosos cables, telegramas, despachos o correos electrónicos de los diplomáticos estadounidenses. Ellos son quienes gotean simultáneamente cada día las interioridades de la diplomacia que el mundo está conociendo de lo que se comienza a llamar Cablegate, en la más formidable alianza mundial de diarios de la historia.
A
Julián Assange el gobierno sueco pretende inculpar de delitos contra la
infancia; y la Administración Obama está tratando de crearle un caso
judicial para vengar su humillante derrota en su propio terreno de
juego: el de la inteligencia. Ya han sacado a WikiLeaks de varios servidores, como Amazon,
y llueven los ataques cibernéticos, así como las amenazas, incluso de
muerte, contra Assange y su familia, de parte de soldados
norteamericanos.
Si
hubiera que culpar a alguien por lo que ha sucedido, es decir, por la
mayor filtración de documentación diplomática de la historia (se
requerirían 70 años para leerla toda), sería al propio gobierno
estadounidense, por no saber cuidar archivos tan sensibles. Hay quienes
van más allá: el error primigenio estuvo en tener una base de datos con
semejante tipo de información, de donde les extrajeron 265 millones de
palabras.
Exoneramos de culpa a WikiLeaks y
celebramos su audacia, de igual manera que lo hicimos cuando obtuvo
documentación delicada y luego la esparció por el mundo, sobre las
atrocidades de las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán. ¿Que se
pone en riesgo a los agentes? ¡Bah! No más de lo que ellos mismos se
exponen todos los días al aceptar participar en este juego en las
sombras que ya saben es súper peligroso. Además, los cinco diarios
hacen un filtro para no dar los nombres de personas que pudieran ser
expuestas al peligro. Es parte de los acuerdos con Assange.
Estarán inconformes y molestos los poderosos, pero los de abajo estamos felices viéndole los trapos sucios a la diplomacia planetaria, porque no sólo se trata de los funcionarios estadounidenses, sino de todas las potencias mundiales tradicionales y emergentes, y de otros países, además de los informantes de todo tipo de todo el mundo, entre ellos políticos, empresarios, religiosos, dirigentes sociales, periodistas, etcétera. “Creo que la geopolítica se dividirá entre el pre y post Cablegate”, afirmó Assange.
Larga vida a WikiLeaks y a Julián Assange. Y continuemos disfrutando el espectáculo, que esto apenas comienza.
(*) Editor de la Revista Medios y Mensajes.
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