Presentación de la novela El Arcángel
(Publicado en el mes de mayo del 2011 por la revista “Temas de Nicaragua”)
(Publicado en el mes de mayo del 2011 por la revista “Temas de Nicaragua”)
Alejandro Serrano Caldera
Guillermo Cortés Domínguez nos entrega su primera novela El Arcángel, después de haber publicado cinco libros: Miami: Secretos de un Exilio, 1986; La Lucha por el Poder, 1990; De León al Bunker, 2003; Corresponsales de Guerra 1983 y Ojo Maldito 1988, estos dos últimos como coautor.
El Arcángel nos sitúa de nuevo en el drama de los años ochenta con todas sus grandezas y miserias, ilusiones y decepciones, heroísmos y traiciones, en los que la frágil naturaleza humana se ve estremecida y sucumbe ante acechanzas de todo tipo que surgen en los oscuros laberintos del poder.
El libro, más que una descripción disfrazada de personas y personajes que el lector, posiblemente, tratará de identificar afinando su memoria y hurgando en sus recuerdos, es, así creo, un esfuerzo, que a veces puede ser desgarrador para el autor, de tomar entre sus manos la maleable, multiforme y dúctil naturaleza humana.
Es el ser humano y su naturaleza, presa de pasiones e ilusiones el verdadero sujeto de la obra, que regresa así a los temas clásicos de las grandes novelas rusas y francesa de los Siglos XVIII, XIX y primera parte del Siglo XX. Es la condición humana, su esencia y circunstancia la que está en juego, es el hombre y la mujer los que debaten su destino entre las trampas de la vida cotidiana que a la larga, y vista en el horizonte que crea la perspectiva de los hechos en el tiempo y en el espacio, terminan siendo las trampas de la historia de una realidad determinada.
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, decía José Ortega y Gasset, el filósofo español que tanta influencia tuvo en el pensamiento latinoamericano en la primera mitad del Siglo XX, para concluir afirmando que el hombre es un proyecto inacabado. El ser humano, nos recuerda Martín Heidegger, no es, acontece, su ser es un acontecer y su acontecer es en la historia, es la historia, y la historia a su vez, es la palabra, las palabras sin las cuales la historia no existe.
De ahí que en su Carta Sobre el Humanismo, nos recuerde que el lenguaje es la casa del ser. Yo me atrevería a afirmar que el lenguaje es más que la casa del ser, es el ser mismo que se construye y deconstruye en la palabra gráfica, fonética o gestual, en lo dicho y lo predicho, en el gesto y la intención, en la palabra que recoge las ideas y que no pocas veces al pronunciarla las modifica, dependiendo donde, cuando y como se dicen, pues las palabras como las cosas tienen perspectiva.
¿Qué sentido tiene hoy lo que Guillermo Cortés Domínguez dice en El Arcángel? ¿Será el mismo sentido que tiene desde la perspectiva de los 17 años transcurridos desde 1990? ¿O desde la perspectiva de la propia década de los ochenta? Probablemente no, los hechos y las palabras como las cosas, siendo las mismas, revelan aristas nuevas del mismo hecho, o las mismas aristas percibidas con ojos nuevos desde una nueva situación. Cambia la circunstancia y a veces hasta el sentido de los hechos y la percepción que de ellos se tiene, pero permanece el drama del ser humano ante la grandeza y la miseria, Hamlet de nuevo ante su ser o no ser.
Un libro, dice Juan Bautista Arríen en el Prólogo a mi libro de octubre de 1979, Dialéctica y Enajenación, vale por lo que dice y por lo que sugiere. El Arcángel sugiere muchas cosas y muchas de ellas dependen de quién las lee y en qué momento y donde se leen. No es lo mismo la lectura de un protagonista de los hechos narrados que la de alguien que no lo es ni lo fue; no es lo mismo el efecto sobre alguien que conoce los hechos, los históricos, por experiencia personal, que aquel que los conoce por lecturas y referencias y menos aun sobre aquel que por primera vez entra en contacto con las situaciones narradas y recreadas en la novela.
Pero ¿Qué son los hechos? ¿Qué es la historia? Leopoldo Zea nos dice que la historia no la componen los puros hechos sino la conciencia que se tiene de ellos. ¿Qué conciencia tenemos de lo ocurrido? ¿Hay una conciencia colectiva o muchas conciencias individuales que perciben de manera diferente los aconteceres de la historia? ¿Hay una historia común o cada quien es dueño de su propia historia?
No quiero omitir otro aspecto que me parece importante ¿cuál es la objetividad de los hechos para quien los narra, el historiador o para el que los reconstruye?, el narrador o novelista. Sobre este punto conviene traer aquí lo que dice don Ramón del Valle Inclán cuando expresa que los hechos no son como los vemos sino como los recordamos. Todo ello aumenta el interés sobre una novela y particularmente sobre esta novela que adquiere toques de misterio y referencia simbólica en unas partes y crudeza directa y a veces brutal, en otras.
La novela de Guillermo Cortés Domínguez no es una historia de la revolución, son varias historias en la revolución, enlazadas entre sí en forma directa o a través del contexto en el que ocurren, pues éste influye significativamente en el ethos de la sociedad, en la ética individual y colectiva que recoge los principios y valores de una comunidad, en este caso de la comunidad nicaragüense y que incide, en una forma u otra, en comportamientos coincidentes o contradictorios de las personas que viven el drama de su propia situación.
La moral individual, aún en sus expresiones más profundas y subjetivas, no es nunca una expresión de una individualidad solitaria y aislada, es siempre, aún en los planos más recónditos de la conciencia, el resultado de una dialéctica que discurre entre el individuo y el medio. Nadie puede prescindir de la experiencia humana y continuar siendo humano.
Para bien o para mal el hombre está ligado a esa condición de socialidad que lo determina. Robinson Crusoe se deshumaniza en la isla en que naufraga y readquiere su condición de humanidad hasta que puede compartir su existencia con Viernes, el salvaje que mientras es educado por el náufrago, produce la reeducación del educador en el desarrollo del mismo proceso educativo. O el personaje del cuento de Jorge Luis Borges que encuentra en el mismo camino a un salvaje que, como él y desde mucho antes que él, busca la Ciudad de los Inmortales para alcanzar en este mundo la vida eterna. El personaje del cuento del escritor argentino civiliza al salvaje y, entre otras cosas le enseña a leer y es ahí cuando un día descubre las lágrimas sobre el rostro de aquel y más dramático aún, cuando se entera que el llanto es consecuencia de la recuperación de su conciencia, que descubre que el libro que lee y que había olvidado había sido escrito por él mismo. El libro era La Odisea y el salvaje, ahora civilizado, y ayer creador de la civilización, no era otro que Homero.
La circunstancia circunscribe, circunda y a veces determina y cada quien en su agónico actuar ante los condicionantes que el medio y las circunstancias imponen, reacciona de acuerdo a su fortaleza o debilidad, virtudes o defectos, convicciones o dudas. Me parece percibir en El Arcángel está condición de socialidad e intersubjetividad de la conciencia individual.
Guillermo Cortés Domínguez |
Los personajes de la novela son, algunos, admirables y otros despreciables. En ella se encuentran idealistas que dan su vida por una idea que consideran razón y fin de su existir, mientras que otros, demagogos, oportunistas y ambiciosos, solo buscan el poder por el poder, como la única fuente de placer, riqueza y prestigio. En ese desfile de personajes y de máscaras, hay quienes están dispuestos a sacrificar todo por el ideal y quienes están dispuestos a sacrificar a quien sea por el poder.
Lealtades y traiciones, pureza y corrupción, fanáticos intransigentes, obcecados y dispuestos a cualquier crimen por mantener una idea deformada de la revolución y el cambio, y apóstoles de una idea que, en la verdad o en el error les hace creer de forma honesta en el proceso, sin abandonar condiciones de humanidad, valores y principios fundamentales, como el honor, la libertad, la justicia, la solidaridad.
Las dos trompetas del arcángel producen diferentes sonidos, de gloria y miseria, libertad y esclavitud, honor y vergüenza. Pero por otra parte, representan también las ilusiones, pasiones y amores de dos jóvenes admirables, entrañables amigos que ven la vida y el proceso revolucionario desde dos ópticas diferentes: el servicio militar el uno, la vida de la ciudad, el otro: Ambos artistas, trompetistas que prometen ser consagrados en la ejecución de su arte, que comparten los ideales de la revolución y el amor por la música, y que en sus amores, aman sucesivamente a una misma mujer.
Calixto Porras y Martiniano Florian, que aman, cada quien en su momento a Nazarena Celeste la joven que además de compartir sueños y esperanzas, simultáneos o sucesivos, es la secretaria del Ministro del Trabajo, Balbino Sacasa, personaje oscuro, que revestido de un falso lenguaje revolucionario, oculta sus verdaderas intenciones hacia la riqueza, el poder y los privilegios.
La novela revela los oscuros laberintos del poder y la forma en que éste va transformando a las personas de idealistas que sueñan, en oportunistas que buscan el beneficio personal y la satisfacción de sus propios intereses, revestido todo en consignas y palabras que lejos de expresar, encubren y que lejos de liberar, traicionan.
Valor y cobardía, lealtad y traición, sacrificio y perversión, convicción y fanatismo, se entremezclan en una serie de personajes y sus respectivas historias, que encarnan las razones y pasiones en que discurren sus vivencias particulares en medio de la revolución, las proclamas, los discursos, la guerra, la sangre y la muerte de tantos jóvenes que sucumben en las montañas por un ideal que parece desvanecerse a medida que pasa el tiempo y los acontecimientos y a medida que discurren las páginas de la novela que oscilan entre la ficción y la realidad.
Las traiciones surgen en medio de los engaños y las pasiones. Etelvina la mujer de Balbino engaña a éste con el comandante Ernesto, uno de los miembros de la Dirección Superior, mientras el dirigente revolucionario ofrece ayudar al Ministro del Trabajo a salir de los embrollos de las acusaciones del comité partidario de esa institución que lo acusa de corrupción y dilapidación de recursos, a costa de las grandes limitaciones de los trabajadores del Ministerio.
La condición es conceder el divorcio a Etelvina, a cambio de su seguridad en el cargo y enviar al militante del partido, Raymundo, a la montaña en donde se escenificaban los más rudos combates en la guerra. O el caso de Chano Marqueta, director de La Boca Asesina, destructor de honras, y maestro del chantaje de las más sórdidas historias. Junto a esto, la pureza de una juventud que ofrenda su vida en los altares de su compromiso revolucionario; el amor que brota como un canto a la vida en medio de la muerte; la convicción en los ideales de la lucha, la fe y la esperanza que iluminan el difícil camino que surge entre precipicios y riscos.
La novela no es la historia de la revolución, es la historia en la revolución, las múltiples historias que se entretejen en las vidas particulares de sus protagonistas. Es en fin la pequeña historia del ser con sus grandezas y miserias, que estremece la frágil naturaleza humana.
En este sentido la novela es fiel a su género que hace ficción la realidad y realidad la ficción, que crea y recrea, que proyecta el futuro y recuerda el pasado, pues como dicen recordar es volver a vivir, aunque también podríamos decir, que vivir es una forma de recordar.
Felicidades al autor por su novela, deseamos que siga escribiendo y lo instamos a ello, porque en la palabra y en la escritura anida el corazón humano.
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